Comenzó con un pequeño hospital nocturno en París para atender casos de una extraña epidemia. Ahora dirige el Fondo Mundial contra el Sida. Este francés, hijo de emigrantes rusos, lleva 30 años luchando contra la discriminación y la muerte.
Hablemos algo de usted. Uno de sus familiares murió bajo la dictadura de Stalin, y otro, en un campo de concentración nazi. Ambos, bajo el yugo de dos monstruos ideológicos. Y mi padre murió por la tuberculosis que contrajo en Buchenwald cuando fue arrestado en 1943 y liberado en 1945. Fue detenido precisamente porque militaba en la Resistencia… Creo que la gente que ha sufrido frecuentemente guarda silencio sobre su dolor. Mi padre me contó muy poco sobre la vida que llevó en el campo. La gente que sufre, y eso lo he aprendido de mis contactos con los pacientes, son personas con una dignidad extraordinaria que siempre quieren ahorrarte el dolor. Y mi generación es la que ha crecido en la cultura de la posguerra. Me crié con la leche que procedía del Plan Marshall. La II Guerra Mundial siempre estuvo en la cultura de mi infancia. No me eduqué en la experiencia del sufrimiento que trajeron los nazis, sino en la tolerancia. Mi padre era alguien extraordinariamente tolerante. Nació en 1899 y emigró de Rusia cuando era un estudiante, en los tiempos de la revolución. Y la mayoría de su familia sufrió duros golpes. Mi abuelo (su padre) fue enviado, según he averiguado, a un campo de prisioneros en la región de Arkhangelsk, una región muy fría al norte de Rusia. Nunca más pudo comunicarse con su familia. Mi padre emigró a Francia como estudiante, tuvo que ponerse a trabajar, y como intelectual, entró a formar parte de la Resistencia como algo de lo más natural, ayudando a los judíos a esconderse con ayuda de un sacerdote ruso y otros intelectuales. Fue arrestado en 1943. Cuando tienes una vida así, creo que te conviertes en alguien capaz de ver las cosas con una escala totalmente diferente. He conversado con gente en Camboya, con supervivientes del genocidio de Ruanda, y siempre me he quedado anonadado por la cantidad de cosas terribles que han sufrido y por la forma tan tranquila que tienen de contártelo.
La Iglesia católica sigue sin aceptar la idea de que los condones pueden ayudar a frenar la propagación del virus. El Papa llegó a afirmar que la distribución de condones podría incrementar el problema. Cuando el Papa hizo esos comentarios en Camerún, dije que él simplemente no lo entendía. Eso va en contra de la evidencia de la que disponemos en salud pública. La protección de un condón es casi una vacuna. Puedo respetar las formas de pensar de cada uno, pero negar un beneficio para la salud pública para la gente que no tiene otra opción resulta simplemente inaceptable.
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